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LA ÉTICA DEL VUELTO MAL DADO Y EL CUENTO DEL TÍO

Por: Úrsula Rosa Quinto

25/09/2025 11:52 — Local
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Seamos honestos, todos hemos sido "delincuentes" alguna vez. No me refiero a los que se llevaron un celular o los que asaltaron un banco. Hablo de una delincuencia mucho más cotidiana, casi folclórica. La del que agarra el vuelto de más, la del que se come una uva en la verdulería, esa pequeña transgresión que parece insignificante, casi un acto de rebeldía contra un sistema injusto.

Es esa la "delincuencia" que se ve, la que indigna a los vecinos de a pie. El pibito que se come una papa frita antes de pagar, el que se cuela en el colectivo con el "pasan dos, paga uno", la yapa que se exige con más descaro que humildad. Son pequeños actos de insubordinación, una forma de decir que, ante la gran estafa, uno no va a perder la oportunidad de sacar una tajada minúscula. Un gesto de autodefensa frente a un mundo que se siente como un gran engaño.

Pero si esta es la cara visible del "crimen", ¿dónde está la verdadera maldad? No está en el kiosco de la esquina, ni en el supermercado de barrio. La delincuencia real tiene un uniforme más elegante, un escritorio más grande y, sobre todo, una impunidad obscena. Viste trajes de marca y usa guantes blancos, no para no dejar huellas, sino para que las manchas de corrupción no le arruinen el look.

Mientras que el pobre diablo que se roba una salchicha para dársela a su hijo termina en la tapa de todos los diarios y, en el peor de los casos, en la cárcel, el verdadero delincuente de guantes blancos se ríe a carcajadas. El que vacía las arcas de un país, el que desvía fondos de hospitales, el que arma empresas fantasmas para estafar a miles de familias, no tiene cara. O, mejor dicho, tiene muchas, y todas se ven en las noticias, en los eventos de gala y en los almuerzos de negocios. Sus crímenes son tan grandes que, en vez de llamarlos robo, les ponen nombres rimbombantes: "evasión fiscal", "fraude corporativo", "malversación de fondos". Palabras elegantes para actos de rapiña.

Y nosotros, los que nos indignamos por el vuelto mal dado, somos la audiencia de este gran teatro. Miramos el show de la moralidad, señalamos con el dedo al que se come la uva, mientras el que se llevó el viñedo entero, el que nos dejó sin uvas y sin nada, sigue de fiesta. Nos enojamos por lo que es apenas un gesto de necesidad, mientras aceptamos la impunidad de la ambición desmedida.

La verdadera tristeza, el enojo real, es darse cuenta de esta farsa. Es entender que la justicia es una dama selectiva, que ve con lupa los delitos del de abajo, pero que se pone lentes de sol y se hace la ciega con los de arriba. Que las consecuencias son solo para los que no tienen un abogado con un nombre conocido, y que la "delincuencia" de un par de billetes es el pretexto perfecto para que no hablemos de los millones que desaparecen.

Al final, la "delincuencia" que más se castiga no es la que más daño hace. Es la que nos distrae, la que nos hace mirar hacia otro lado. Y mientras nos seguimos peleando por el vuelto, los de guantes blancos siguen contando el dinero. Y lo que es peor, nos siguen vendiendo el cuento de que somos nosotros los verdaderos ladrones y que encima los elegimos nosotros, como dice por ahí un locutor, otrora, periodista sin carnet, “ya se viene el tiempo del cuarto oscuro, elijamos bien, pensando en lo mejor, no en el agradecimiento de una dadiva que a futuro es un pagare firmado en blanco, no seamos boludos…”

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