Conocé la vida de Don Ladislao Llauco, el arriero que unió Chile y Argentina cruzando la Cordillera de los Andes
26/09/2025 11:30 — LocalEste artículo es un homenaje a la gesta de los arrieros que, durante generaciones, cruzaron la imponente Cordillera de los Andes, llevando ganado y sueños desde San José de Tinogasta (Catamarca, Argentina) hasta los valles transversales de Copiapó (Atacama, Chile). Entre ellos se destacó Don Ladislao Llauco Carrizo, conocido como el Arriero de los Andes, un hombre cuya vida resume el sacrificio, la temeridad y la dignidad de quienes hicieron de la arriería un oficio de honor.
Nacido en Saujil, Tinogasta, en 1895, hijo de Francisca Carrizo y Félix Llauco, Don Ladislao creció en una familia marcada por la vida rural y el trabajo en el arreo de ganado. Desde muy joven, transitó los caminos polvorientos y abruptos de Catamarca y La Rioja, que lo llevarían a recorrer, a lomo de mula, territorios de Chile, Bolivia y Perú.
En 1915, acompañado por sus hermanos Antonio, Félix e Ignacio, y por sus amigos de apellido Lezcano Robledo, emprendió una de sus más recordadas travesías: el cruce hacia la hacienda Piedra Colgada, en Atacama, Chile, trasladando vacunos y mulares por el paso de San Francisco. Aquella aventura, llena de peligros, consolidó su nombre entre los pioneros de la arriería andina.
La vida de los arrieros no era para cualquiera. Nevadas inesperadas, vientos huracanados como el Zonda y el temible viento blanco ponían en riesgo cada viaje. En la soledad de las quebradas, solo la Pachamama y el Tata Inti eran compañía y protección.
El alimento era sencillo pero resistente al frío: charqui, chicharrones, harina de algarroba, patay, vino patero y aguardiente de uva para enfrentar las noches heladas. A falta de comodidades, improvisaban refugios de piedra y adobe en lugares como Pastos Largos y Cazadero Grande, que aún hoy sobreviven como huellas de aquella epopeya.
Con su sombrero retobao, la mula bien equipada y la vidala siempre en los labios, Don Ladislao cruzó los Andes incontables veces, llevando consigo no solo ganado, sino también historias y tradiciones. Finalmente, se afincó en la hacienda Piedra Colgada, donde vivió hasta sus últimos días, falleciendo en 1959.
Su legado no fue solo personal: como muchos arrieros de Tinogasta, Fiambalá y La Rioja, abrió sendas, alimentó el comercio regional y contribuyó a la hermandad entre Argentina y Chile.
El oficio de arriero fue esencial hasta mediados del siglo XX. Familias enteras, como los Llauco Carrizo, Olmedo, Perea, Quiroga, Morales y otras, quedaron marcadas por esta tradición. Hoy, en el cementerio de los arrieros en Fiambalá, descansan los restos de aquellos hombres que, entre 1869 y 1970, hicieron posible el tránsito constante de ganado y cultura entre ambos países.
Sus descendientes aún conservan las costumbres: las coplas, las vidalas, el arte de la montura y los fogones donde la historia se transmite de generación en generación.
La historia de Don Ladislao Llauco y de los arrieros de los Andes no es solo un recuerdo familiar: es un llamado a fortalecer los lazos que desde tiempos ancestrales unen a Catamarca, La Rioja y Atacama.
En cada travesía, estos hombres no solo cruzaban ganado: llevaban consigo un mensaje de unión, resistencia y fraternidad. Hoy, su memoria nos invita a recuperar ese espíritu y a seguir construyendo puentes entre pueblos hermanos.